Instituciones Salesianas de Educación Superior
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Behind every great saint stands a mentor, and behind Don Bosco stood a woman whose quiet strength, unwavering faith, and maternal genius sculpted not just a son, but an entire movement that would transform millions of lives. Mamma Margaret—Margherita Occhiena—was far more than Don Bosco's mother. She was his first teacher, spiritual guide, co-architect of his educational vision, and the living embodiment of the Preventive System that became the hallmark of Salesian education worldwide.

Behind every great saint stands a mentor, and behind Don Bosco stood a woman whose quiet strength, unwavering faith, and maternal genius sculpted not just a son, but an entire movement that would transform millions of lives. Mamma Margaret—Margherita Occhiena—was far more than Don Bosco's mother. She was his first teacher, spiritual guide, co-architect of his educational vision, and the living embodiment of the Preventive System that became the hallmark of Salesian education worldwide.

 

(ANS – Rome) – Detrás de cada gran santo hay un mentor, y detrás de Don Bosco había una mujer cuya fuerza tranquila, fe inquebrantable y genio maternal moldearon no solo a un hijo, sino a todo un movimiento que transformaría millones de vidas. Mamá Margarita – Margarita Occhiena – fue mucho más que la madre de Don Bosco. Fue su primera maestra, su guía espiritual, coartífice de su visión educativa y encarnación viva del Sistema Preventivo que se ha convertido en el sello distintivo de la educación salesiana en todo el mundo.

 

De viuda a guerrera de la fe

Nacida en 1788 en Capriglio, Italia, la vida de Margherita estuvo marcada por la pérdida y la resiliencia. Viuda a una edad temprana, con tres hijos y una suegra enferma a su cargo, se encontró ante una encrucijada que definiría su carácter. Podría haberse vuelto a casar por seguridad, pero eligió el camino más difícil: criar a sus hijos con sus propias manos, su propia fe y su propio sacrificio. Cada día se convertía en un sermón sin palabras: el trabajo duro santificado por la oración, la pobreza transformada por la dignidad y el amor expresado a través de un servicio incansable. Este testimonio diario de heroica resistencia sembró en el joven Juan Bosco las semillas que florecerían en una misión mundial en favor de los jóvenes abandonados.

 

La intérprete de los sueños y la arquitecta de las vocaciones

Cuando el pequeño Juan, a la edad de nueve años, contó su famoso sueño infantil —niños salvajes transformados en corderos dóciles—, fue Margarita quien le dio sentido. «Lo entenderás con el tiempo», le dijo, reconociendo una llamada divina que cultivaría durante años. Cuando las tensiones familiares amenazaron la formación seminarista de Juan, Margarita tomó la desgarradora decisión de enviarlo lejos, eligiendo su vocación en lugar de su propio bienestar. Vendió lo poco que tenía y se entregó al plan de Dios con una fe capaz de mover montañas. Mamá Margarita crió a sus hijos con una rectitud moral arraigada en la devoción a María y a la Eucaristía, valores que se convirtieron en el ADN espiritual de la vida y la obra de Don Bosco. Le enseñó que la santidad no era teología abstracta, sino amor concreto: oración vivida a través de la acción, fe demostrada a través del sacrificio, gracia hecha tangible a través del servicio.

 

La primera salesiana: cofundadora con delantal y oración

En 1846, cuando Don Bosco enfermó gravemente por exceso de trabajo, Mamá Margarita tomó una decisión que cambió la historia. A los cincuenta y ocho años, dejó su tranquila casa de campo por las caóticas calles de Turín para unirse a la misión de su hijo en Valdocco. Encontró a cientos de niños pobres, abandonados, a menudo delincuentes, que necesitaban desesperadamente no solo un refugio, sino un hogar. Margherita no lo dudó. Se convirtió en cocinera, enfermera, costurera, jardinera y madre espiritual de cada niño. Vendió su anillo de bodas y su vestido de novia para comprar comida, remendó la ropa rota, curó las rodillas peladas y escuchó las confesiones del corazón que ningún sacerdote podían escuchar. Enseñó la limpieza como dignidad, la modestia como respeto por uno mismo, el trabajo como oración. Pero, sobre todo, transformó el oratorio de institución en familia.

 

Mamá Margarita introdujo rutinas diarias que se convirtieron en tradiciones sagradas: las oraciones de la mañana y de la noche, el rosario, el Ángelus y, sobre todo, el discurso de «buenas noches», breves reflexiones vespertinas que concluían cada día con gratitud, ánimo y amables consejos morales. Esta sencilla práctica, nacida del instinto maternal, se convirtió en un hito de la vida comunitaria salesiana en todo el mundo y continúa hoy en día en miles de casas salesianas.

 

El modelo vivo del Sistema Preventivo

Lo que Don Bosco formalizó más tarde como Sistema Preventivo —una educación basada en la razón, la religión y la amable bondad— lo aprendió primero de rodillas ante su madre y lo vio en sus acciones cotidianas en Valdocco. La disciplina de Mamá Margarita nunca era punitiva, sino preventiva. Tenía un bastón silencioso en un rincón como autoridad simbólica, pero su verdadero poder era su presencia amorosa y su supervisión vigilante. Prevenía los comportamientos incorrectos no a través del miedo, sino a través de la relación, no a través del castigo, sino a través de la confianza.

 

Cuando los niños se portaban mal, ella respondía con calma y firmeza: sujetaba al niño que se debatía con delicadeza pero con seguridad, diciéndole: «Es inútil. No te voy a soltar», con paciencia y resistencia, pero con límites claros. Corregía mediante el diálogo, enseñaba mediante proverbios y guiaba mediante la sabiduría cotidiana. Las consecuencias eran justas y predecibles, lo que ayudaba a los niños a relacionar las acciones con la responsabilidad sin aplastar su espíritu. Este modelo maternal influyó profundamente en el estilo pastoral de Don Bosco. Aprendió que la verdadera disciplina forma el carácter, no controla el comportamiento; que la educación tiene éxito cuando los alumnos saben que son amados; que el objetivo es la virtud nacida de la convicción, no la obediencia nacida del miedo. El ambiente salesiano, caracterizado por la alegría, el espíritu de familia y la guía amorosa, debe su carácter directamente al ejemplo de Mamá Margarita.

 

La madre que hizo un santo

Don Bosco solía decir: «Todo se lo debo a mi madre». La influencia de Mamá Margarita iba más allá de las rutinas prácticas o los métodos educativos. Ella formó su corazón. Su fe en la Providencia le enseñó a confiar en Dios en situaciones imposibles. Su sacrificio le enseñó que el verdadero amor lo cuesta todo. Su fuerza gentil le enseñó que la santidad es el mayor valor. Su presencia constante le enseñó que el cuidado pastoral significa estar presente —con constancia, paciencia y amor— hasta que se produzca la transformación.

Cuando Margarita murió en 1856, a la edad de sesenta y ocho años, Don Bosco perdió no solo a su madre, sino también a su colaboradora, consejera y alma de su misión. Sin embargo, su legado siguió vivo en cada joven que había cuidado, en cada tradición que había iniciado, en cada valor que había inculcado. La Familia Salesiana, que ella ayudó a fundar, se extiende ahora por ciento treinta y siete países, educando a millones de personas con la misma razón, religión y amor que ella practicaba en la humilde cocina del oratorio.

 

Una santa en ciernes

En 2006, la Iglesia declaró a Mamá Margarita venerable, reconociendo sus virtudes heroicas. Su causa de beatificación continúa, inspirando devoción en todo el mundo salesiano. Ella es un modelo de maternidad cristiana, demostrando que el amor maternal es una fuerza poderosa para la santidad y que, a veces, los santos más grandes no se forman en los seminarios, sino al lado de una madre.

 

La vida de Mamá Margarita da testimonio de una profunda verdad: los santos no nacen, se forman, y para formar a un santo se necesita a otro santo. A través de la fe, el sacrificio, la sabiduría y el amor, Margarita Occhiena no solo crio a Don Bosco, sino que también perfeccionó su misión, moldeó su espiritualidad y cofundó un movimiento que sigue transformando la vida de las personas hoy en día. Su historia nos recuerda que detrás de cada gran obra de Dios hay alguien que creyó, se sacrificó y amó lo suficiente como para hacerla posible.

 

Como escribió Don Bosco: «Lo que soy, se lo debo a mi madre». Y lo que millones de personas han llegado a ser gracias a la educación salesiana, se lo deben en última instancia al amor silencioso y heroico de una viuda de Capriglio que eligió la fe en lugar de la comodidad, convirtiéndose en madre no solo de un santo, sino de una familia mundial de esperanza.

 

Fuente: ANS – “Agenzia iNfo Salesiana”